Un cuento por día mientras dure la cuarentena
Durante la mañana de cada uno de los días que dure la cuarentena, publicaremos en nuestra web Libreriodelaplata.com y con la complicidad de sus autores y/o editores, un cuento.
Editoriales como Alfaguara, Candaya, Contraseña, Edicions del Periscopi Hoja de Lata, Errata Naturae, Impedimenta, Jekyll& Jill, La Navaja Suiza, L’Altra Editorial Las afueras, Libros del Asteroide, Literatura Random House, Males Herbes Minúscula, Nórdica, Pagès Editors Páginas de Espuma Periférica, Raig Verd, Rata_Books, Sajalín, Salto de Página, Sexto Piso y Tránsito ya forman parte de la propuesta, así que de todas ellas podremos leer relatos.
A cuidarse mucho y seguir leyendo. ¡Un abrazo!

El koala asesino, de Kenneth Cook.
No me gustan los koalas. Son unos bichos asquerosos, irascibles y estúpidos sin una pizca de bondad. Sus hábitos sociales son vergonzosos: los machos siempre andan propinando palizas a sus semejantes y robándoles las hembras. Tienen mecanismos defensivos repugnantes. Su piel está infestada de piojos. Roncan. Su semejanza con juguetes adorables es una engañifa abyecta. No son dignos de elogio por ningún motivo.
Y además, una vez un koala intentó hacerme daño de una forma horrible.
En tiempos, una pequeña isla llamada Kudulana situada a unos diez kilómetros de la costa de Tasmania mantenía a una nutrida población de koalas. Entonces alguien llevó ovejas a la isla y taló demasiados árboles. De repente dejó de haber suficientes hojas de eucalipto de la clase adecuada y en consecuencia los koalas estaban en peligro de extinguirse.
A Mary Anne Locher, oficial superior de Parques Nacionales y Fauna, se le asignó la tarea de reunir a los koalas de la isla y enviarlos a nuevos pastos en el continente. Me invitó a ayudarla, y acepté pensando que de todo se puede sacar una historia.
La propia Mary Anne Locher se parecía bastante a un koala. Era bajita, gorda y redonda, y tenía un pelo castaño suave y sedoso bastante corto del que le asomaban las orejas. Supongo que en ese momento tendría unos cincuenta años, unos pocos más que yo.
Siempre llevaba un peto de color marrón que, unido al efecto de su nariz, chata y pequeña, y sus ojos color castaño claro, intensificaban su similitud con un koala. Tenía una voz suave y levemente sibilante y daba la impresión de que si uno le hubiese apretado la barriguita habría chillado. A diferencia de un koala, era una persona muy agradable y delicada.
En aquella época yo no era tan corpulento como ahora, pero no por eso dejaba de ser un hombre abundante en carnes, es decir, que podía atarme los cordones de los zapatos yo solo, aunque no era atlético.
Un alma poco caritativa habría pensado que Mary Anne y yo hacíamos una pareja un tanto cómica cuando desembarcamos del ferry en Kudulana: el uno era alto, redondo y barbado, y la otra bajita, redonda y con pelo suave y sedoso. Los dos llevábamos una gran red dotada de un largo mango y lucíamos petos marrones idénticos, pues yo le había cogido uno prestado al departamento para llevar a cabo el trabajo. Mientras el barquero descargaba unas jaulas hechas con listones de madera para albergar nuestra pesca, llegó a insinuar que nuestra tarea se vería facilitada, ya que los koalas se caerían de los árboles de la risa.
Para capturar un koala solo hay que asustarlo y hacerle saltar o que se caiga de la rama en la que está, y luego atraparlo con la red. En cualquier caso, eso fue lo que me dijo Mary Anne. No me dijo que solo da resultado con los koalas cooperativos.
Dejamos amontonado nuestro material, nuestro equipo de acampada, el botiquín y las jaulas cerca del embarcadero y nos fuimos a cazar koalas.
Los árboles de Kudulana son todos muy pequeños y delgados y no tuvimos ningún problema para localizar a los koalas. Solo había doce, y se encontraban en una arboleda de eucaliptos en torno a un gran lago rodeado de helechos. Estaban todos acurrucados en ramas ahorquilladas. Pero los árboles solo tenían tres o cuatro metros de altura, de modo que los koalas estaban perfectamente al alcance de nuestras redes.
Lo único que Mary Anne y yo teníamos que hacer era soltarlos, atraparlos en nuestras redes y después trasladarlos a las jaulas de madera. En teoría.
Los koalas, bolas peludas con la cabeza inclinada sobre el vientre, no parecían ni remotamente interesados en nuestra presencia.
—De acuerdo, probaremos primero con ese —dijo Mary Anne señalando con tono de eficiencia a un koala grandote acurrucado en una horquilla no mucho más allá de donde yo podía alcanzar—. Tú asústalo y yo lo atraparé.
Mary Anne levantó su red para que la boca estuviera justo debajo del koala y se preparó, aguardando a ver en qué dirección iba a saltar. Yo mantuve preparada la mía como refuerzo.
El koala parecía dormido, y me pregunté por primera vez qué tendría que hacer uno exactamente para asustar a una criatura tan aletargada.
—¿Debería azuzarlo con mi red? —le pregunté a Mary Anne.
—No, eso hará que se aferre con más fuerza. Grita.
No tenía ni idea de cómo había que gritarle a un koala, pero lo hice lo mejor que pude.
—¡Buh! —grité.
El koala no se movió.
—¡Buh! ¡Buh! —chillé con todas mis fuerzas.
El koala abrió un ojo. Sorprendentemente, lo tenía inyectado en sangre. Me miró con él durante un largo y desapasionado instante antes de volver a cerrarlo cansinamente.
—No se asusta con facilidad —comenté.
—No —dijo Mary Anne—. Intenta sacudir el árbol.
Dejé la red en el suelo y agarré el árbol —que era muy fino y en realidad muy joven— y lo sacudí violentamente.
El koala abrió sus dos ojos enrojecidos y me miró malévolamente. Acto seguido aplicó un dispositivo defensivo común a la mayoría de marsupiales arborícolas. Un fluido acre e inmundo me empapó el pelo, la barba, la cara y los hombros.
—¡Ay, lo siento! —exclamó Mary Anne—. Tendría que habértelo advertido.
Hice lo que pude con un pañuelo mientras el koala, aparentemente satisfecho con su trabajo, cerró los ojos y volvió a dormirse.
—¿Por qué no sacamos al puñetero bicho de la rama con las redes y lo atrapamos en el suelo? —pregunté cuando ya me encontraba más o menos seco, pero sin haber dejado de desprender un olor repugnante.
—No se puede desalojar a un koala una vez que se agarra a algo. Tienen una fuerza tremenda.
—Pues entonces, ¿qué hacemos? Para asustar a ese bicho haría falta una bomba.
Mary Anne meditó por un instante:
—¿Podrías subirte a ese árbol?
Me fijé en el árbol. No era muy grande, pero aguantaría mi peso y el koala no se encontraba muy arriba.
—Sí, creo que sí —dije.
—Entonces sube y grítale en el oído. No lo toques. Seguramente saltará cuando te acerques a él.
Haciendo un esfuerzo considerable, logré trepar hasta la base de la rama donde estaba acurrucado el koala. Me encontraba a menos de dos metros del suelo y podría haber estirado el brazo y haber tocado al koala, que no estaba muy lejos de mi cabeza. Mantuve mi cabeza a una prudente distancia del animalito.
—¡Buh! —chillé.
El koala no se dio por enterado. Avancé un poco más por la rama.
La rama se rompió. Rama, koala y yo nos precipitamos abruptamente sobre los espesos helechos de abajo.
El koala cayó sobre su espalda. Yo aterricé despatarrado sobre el koala. El koala estaba cubierto por mi considerable mole, pero yo sabía que estaba allí porque gruñía y bufaba y trataba de abrirse paso a través de mis blandas carnes.
Fue una experiencia extraordinaria: ahí estaba yo, entre los helechos, sin resuello, sin poder ver otra cosa que hojas de helecho, semiinconsciente hasta el punto de haber perdido la coordinación y con aquel pedazo de malevolencia peluda, de músculos duros y sorprendentemente grandes tratando de destriparme.
¿Dónde demonios estaba Mary Anne?
Pues había salido corriendo hacia el otro lado de la parcela de helechos para atrapar al koala cuando saliera.
Además del que utilizan desde grandes alturas, los koalas tienen otro mecanismo de protección. Se aferran al vientre de su opresor con uñas y dientes. Seguramente se trata de un mecanismo diseñado para funcionar contra los dingos. En cuanto el koala se aferra al vientre del perro, este no puede alcanzarlo con sus mandíbulas. Deduzco que en esas circunstancias el koala está perfectamente dispuesto a agarrarse hasta que el dingo se desploma.
En aquel momento no sabía aquello. Y de haberlo sabido, no me habría servido de nada.
Evidentemente, el koala abandonó toda esperanza de huir y se decidió por la defensa antidingo. Estaba al revés en relación conmigo y me clavó las garras traseras en el pecho. Las garras delanteras me las clavó en los muslos. Su cabeza fue a parar entre mis piernas y me clavó los dientes en las pelotas.
Por suerte, los koalas no tienen la boca muy grande. Aunque sí lo bastante.
Chillé.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Mary Anne, a la que no podía ver.
—¡Me tiene pillado! —bramé mientras rodaba sobre la espalda y arañaba al koala con las dos manos. Él rodó conmigo y apretó con más fuerza. En todas partes.
Volví a chillar y empecé a aporrearlo con los puños. Era como aporrear madera envuelta en piel, el efecto era el mismo. Los músculos de aquel bicho estaban hechos de alguna sustancia mucho más dura de la que debería estar hecho cualquier tejido animal.
Chillé de nuevo y oí a Mary Anne abriéndose paso entre los helechos hasta llegar a mí.
El koala, es de suponer que pensando que llegaban refuerzos, se aferró con una fuerza mayor a todos los puntos.
Gruñía como un ser demencial —cosa que era, claro— y tenía su trasero casi en mi cara; ni siquiera el peligro que ahora corría disminuía en lo más mínimo el espantoso hedor del animal.
La cabeza de Mary Anne apareció por encima de los helechos. Yo me sacudía y arañaba en el seno de una maraña de hojas de helecho; ella no podía ver exactamente lo que sucedía, más allá del hecho de que yo tenía cogido al koala y el koala me tenía cogido a mí.
—Procura no hacerle daño —me gritó. En otras circunstancias me habría reído.
—¡Quítamelo de encima! —exclamé con voz entrecortada.
—Ahora sí que no habrá manera de quitártelo de encima —dijo con irritación—. Tendré que sedarlo.
Y la puñetera mujer se marchó corriendo rumbo al embarcadero para coger el botiquín.
—Vuelvo enseguida —la oí gritar mientras desaparecía entre los helechos—. Tú no te muevas. No te preocupes, ahora ya no te soltará.
Eso era lo último que me preocupaba.
—¡Mary Anne! —rugí—. El muy bestia me tiene cogido por los…
Pero no me oyó.
De ninguna forma iba a quedarme allí tendido hasta que ella volviera mientras aquel animal trataba de castrarme.
Me incorporé a duras penas, con koala y todo, e intenté salir corriendo tras ella.
¿Alguna vez habéis intentado correr con las garras de un koala clavadas en el pecho y los muslos y sus dientes clavados en la entrepierna? Es imposible.
Estaba a punto de empezar a llorar de rabia, dolor y frustración. Avancé tambaleándome entre los helechos y traté de chocar contra un árbol con el koala por delante. Lo único que conseguí fue que me clavara los dientes y las uñas más todavía. Traté de tirarme sobre él. Me quedé sin aliento.
Ahora a cuatro patas y al borde del colapso, con la mente en vías de desintegración, caí de repente en que estaba a orillas del lago que había en medio de aquella arboleda frecuentada por koalas.
Con un grito de esperanza maníaco avancé como pude, respiré hondo y me lancé con koala y todo.
El agua, bendita sea, era profunda, y nos hundimos como dos piedras.
No sabía cuánto tiempo podía aguantar la respiración un koala, pero por lo que a mí se refería, íbamos a quedarnos allí hasta que me soltara o nos ahogáramos los dos.
Por desgracia, parece ser que los koalas son capaces de aguantar la respiración indefinidamente.
El koala era un peso muerto que me lastraba, y permanecimos en aquellas turbias profundidades durante lo que me pareció media eternidad. El dolor de mis pulmones, que estaban a punto de estallar, empezó a igualar a mis otros dolores.
Finalmente me di cuenta de que no había necesidad alguna de mantener la cabeza bajo el agua. Puede parecer que tardé más de la cuenta en llegar a una conclusión tan obvia, pero si nunca habéis estado sumergidos en un lago de monte en las garras de un koala furioso, no podéis comprender lo difícil que es pensar con claridad en esas circunstancias.
Subí a la superficie, saqué la cabeza, respiré hondamente y con gratitud y me dispuse a estrangular al koala.
Los koalas son muy difíciles de estrangular, sobre todo cuando te tienen cogido de la forma que aquel koala me tenía cogido a mí. Pero me esforcé denodadamente, con un desprecio soberano por el hecho de que se tratase de una especie protegida.
El koala parecía decidido a morir bajo el agua con mis dedos en torno a su cuello. A mí me parecía muy bien, siempre y cuando lo hiciera con rapidez.
Entonces, pese a mi dolor, me asaltó la terrible angustia de que quizá los koalas muertos no aflojaran sus garras. ¿Tendría que recurrir a la cirugía para desprenderme de aquella bestia maligna?
Entonces el animal abandonó: más de una veintena de minutos después de que se viera sumergido por primera vez, lo juro, aunque Mary Anne sostiene que ella tardó menos de un minuto en volver. El tiempo, por supuesto, es relativo.
El koala me soltó y salió a la superficie cerca de mi cara. Sus rasgos de juguete eran inexpresivos, pero tosió y gruñó de forma feroz y yo retrocedí aterrorizado.
En sus ojos inyectados en sangre me pareció ver una chispa de desprecio; el koala se dio media vuelta y fue nadando expertamente hasta la orilla del lago, salió con dificultad y caminó pesadamente hasta llegar a un árbol, lo escaló, me miró con gesto sombrío y se echó a dormir. Su piel goteaba.
Yo salí del lago.
Mary Anne regresó y se mostró sorprendida de que el koala me hubiera soltado. También me preguntó por qué estaba empapado.
Le dije que se lo explicaría luego y me interné entre los matorrales para examinar mi persona.
El peto que llevaba puesto estaba hecho de un tejido muy grueso y no había daños de consideración. Pero no por falta de voluntad del koala.
Finalmente, Mary Anne y yo cogimos a todos los koalas de la isla y los liberamos en el continente, pero cumplí la tarea muy a mi pesar. Jamás volveré a acudir en ayuda de esas bestias.
Insisto: no me gustan los koalas.
‘El koala asesino’ forma parte de libro de relatos que lleva su nombre y lo hemos publicado por gentileza de la Sajalín Editores.
Círculo de lectores confinados
- Día 1: ‘La señora Rapin’, de Eduardo Berti
- Día 2: ‘El trabajo de los ojos’, Mercedes Halfon
- Día 3: ‘Bosc’/’Bosque’ de Natàlia Cerezo
- Día 4: ‘Oxitocina’, de Miguel Serrano Larraz
- Día 5: ‘El señor Zorro’ de Angela Carter
- Día 6: ‘Álbum’ de Alberto Chimal
- Día 7: ‘Gótico’ de Ali Smith
- Día 8: ‘Sofía’ de Laura Ferrero
- Día 9: ‘La pared del costado’ de Santiago Navrátil
- Día 10: ‘El terrícola’ de Yuri Herrera
- Día 11: ‘La niña gorda’, de Marie Luise Kaschnitz
- Día 12: ‘Mi verdadero yo’ de Shirley Jackson
- Día 13: ‘Fábula del tiempo’ de Juan Gómez Bárcena
- Día 14: ‘Cosas de niños’ de David Wagner
- Día 15: ‘Una dulce ancianita’ de Belén Rubiano
- Día 16: ‘Èxitus’ de Xavier Vidal
- Día 17: ‘Las medias rojas’ de Emilia Pardo Bazán
Aquí un exemple de que de vegades algunes persones no són les més adequades per segons quines feines .
El caçador de koales no és precisament un amant d’aquests animals , els ha passat pel sedàs i no el convencen, tot i així accepta el repte de caçar-los i com no podia ser d’altra manera per acabar la feina se les veu i se les desitja.
Ell ho diu en el relat, farà la feina per treure’n una bona història i … ho aconsegueix !
Seria interessant sentir la veu del koala que segurament ens diria que un tipus molt pesat no havia parat d’empipar-lo fins acabar-li la paciència.
Quin relat més divertit. M’ho he passat molt bé imaginant les desventures del caçador de coales. Pobre!!!! I és que quan estàs en terreny de l’enemic tens les de perdre, les teves estratègies no superen mai les del que està en el seu hàbitat natural
Me ha recordado muchísimo a “Mi familia y otros animales” de Gerald Durell, hermano pequeño de Lawrence Durell.
Divertídisimo libro que potenció mi amor a los animales que ya latía en mí, a pesar de que anécdotas como la presente no parezcan darles una buena prensa…. habrīa que escuchar la versión del dormido Koala ante el ataque de un humano alto, redondo y barbado.
Hay algo de similitud entre la actitud del narrador frente al koala y la situacion actual.
El menosprecio de los humanos por los elementos y seres de la naturaleza le han hecho creer en su poder para doblegarlos según sus necesidades.
Estamos viviendo la consecuencia de ese espejismo.
Me parece un relato muy interesante y metafórico.
Hola, aún me sobreviene la risa y tengo los ojos húmedos, con el relato de estos dos mamíferos no tan lejanos entre sí, aunque dejémme que mi solidaridad esté con mi congénere.
Primero, porque pese a su natural rechazo al koala -que comparto y luego les pasaré un artículo sobre ello-, el buen hombre acepta ayudar en la buena causa de buscarles un nuevo hábitat. Segundo, por las pocas explicaciones y menos advertencias de la bióloga jefa que lo ponen en tan terrible brete. Y tercero, porque también existe una solidaridad ancestral de género en asuntos tan delicados, que nunca koala alguno debiera asir tan brutalmente. Si preservamos las especies, preservémoslas todas.
Como os decía antes, tampoco me gustan los koales, aunque se les deba proteger como hacía nuestro sacrificado protagonista. Este hilarante cuento me ha recordado un artículo de opinión de Enric González, publicado en El País allá por el 2008, en el que trataba sobre la idea de involución en las especies, partiendo de este mamifero tan engañosamente tierno y peluchero:
https://elpais.com/diario/2008/09/28/domingo/1222572638_850215.html
Salud
Coincido totalmente contigo Miguel.
En cuanto al final, creo que pierde tensión, es como un globo que se deshincha.
Gracias, Miguel, por traernos este excelente artículo de Enric González. Complementa muy bien el texto y permite pasar del humor a la reflexión. A partir de ahora no podré ver a los koalas con mirada tierna .. Espero seguir abandonando prejuicios y mantenerme alerta .
Salud.
Manel
Fins avui ningú m’havia explicat lo “malcarats” que eran els coales.
Quan posaves la tele per veure un documental i sortien els coales, tots eran simpàtics, bonics i més quan sortia un coala petit de pocs dies.
Ara, quan vegi un documental que parli dels coales, estaré molt atent.
Ah! també hauriem de recomanar als director d’un documental sobre els coales, que quan es tracti d’anar a buscar-los per salvar-los de coses que els poden fer mal, procurin no buscar al director general del parc i sí als profesionals que els cuidan.
Amb més seguretat,ningú prendrà mal…en cap lloc.
Hola a todos
Soy el editor de Sajalín. Gracias a Cecilia por dejarnos participar en esta bonita iniciativa y a vosotros por leer y comentar los cuentos.
“El koala asesino” es el primer volumen de una trilogía de relatos humorísticos sobre los encontronazos de su autor con la fauna animal y humana del interior de Australia. Los otros dos títulos, que también hemos publicado en Sajalín, son “El lagarto astronauta” y “El canguro alcohólico”. Kenneth Cook aseguraba que todos los incidentes descritos en estas historias sucedieron durante los viajes que realizó por los más recónditos e inhóspitos enclaves de la geografía australiana, pero que nunca se atrevió a incluirlos en sus novelas por su carácter absolutamente inverosímil.
¡Saludos!
Qué risa!!! Gracias por compartirlo! Ahora que estoy a punto de terminar mi última lectura, creo que ya sé cuál será el siguiente!
Hola a todos!
No sé si mi comentario ya está “fuera de juego” porque hoy es dia 3 de abril.
Pero a veces no puedo leer los relatos el mismo día. Aunque los leo todos y agradezco la variedad!
Este es un relato para reir, básicamente. Muy divertido.
Aunque todos caemos en la trampa de si merece o no ser salvado porque es un animalito adorable o no lo merece porque casi mata al protagonista.
Bueno, si puedo aportar algo, diría que la humanización de los animales, que hacemos por inercia los humanos, no es una base para decidir si “merecen o no” ser salvados. Nosotros somos uno más, no los mejores. No os parece? ; )
Hola Magda, no llegas tarde al juego, porque este círculo no tiene fecha de caducidad, y nos encanta que participes.
Kenneth Cook dice que todos los relatos están ‘basados en hechos reales’ y por ellos desfilan perros, serpientes, y koalas, entre otros muchos. Y con todos, disfrutas a rabiar.
abrazo
Me ha parecido un relato muy ágil y cómico. La escena que describe y cómo la describe resulta totalmente inverosímil y, sin embargo, parece estar basada, como se dice, en una experiencia real. Y digo “escena” porque me iba pasando ante los ojos como si de una película se tratara. Ninguno de los dos actúa con mala intención hacia el otro: el hombre intenta ayudar al Koala llevándolo a un lugar seguro y el Koala solo se defiende de lo que percibe como un ataque deliberado. Sin embargo es “El Koala asesino”: el autor lo dota de una intencionalidad malévola propia del ser humano lo que, para mí, lo hace ser más divertido.
Un relato muy divertido aunque el desenlace ha sido un visto y no visto. A mi los koalas siempre me habían parecido unos animales muy tiernos, es más, recuerdo las imágenes en televisión durante los fuegos que asolaron Australia y cómo caían de los árboles; después de leer el artículo recomendado por Miguel los voy a ver de otra manera!!!