Un cuento por día mientras dure la cuarentena
Durante la mañana de cada uno de los días que dure la cuarentena, publicaremos en nuestra web Libreriodelaplata.com y con la complicidad de sus autores y/o editores, un cuento.
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A cuidarse mucho y seguir leyendo. ¡Un abrazo!
‘Midnight Special’, de Juan José Flores.

Hay noches que carecen de ámbito, se extienden inmensas en una oscuridad imposible y sin límites conocidos, como esta. Hace apenas unos días, Frank y Danilo no sabían nada el uno del otro. Podría decirse que ambos no son tan diferentes, físicamente hablando. Son curiosos, a veces, ciertos parecidos entre personas sin parentesco alguno. Similares estaturas, semejante color de pelo –el cabello de Danilo es más abundante y largo–, ojos castaños. Frank es siete años mayor, eso es cierto, y en otro tiempo, no tanto tiempo atrás, hubiera sido notablemente más corpulento que Danilo, pero ahora está muy delgado, secuelas de su enfermedad, y eso les hace aún más parecidos. Ambos llevan diez días viéndose, de forma esporádica, aunque Frank ya había espiado a su futura víctima durante una semana antes de mostrarse. Le hizo fotos, le filmó, hasta logró algunas muestras de sus huellas dactilares. Había que asegurarse, confirmar la identidad al cien por cien, no fiarse sin más de los primeros ojeadores, quienes habían dado con el rastro de Danilo, remitir los datos a los que le habían enviado, aguardar el visto bueno para actuar y rematar la faena. Rematar. Un profesional como él no podía equivocarse de objetivo, acabar así su carrera, con un error garrafal, trágico e infamante, porque este va a ser su último trabajo. Punto final. Lo sabe él, lo saben quienes le pagan desde hace diez años por realizar semejantes encargos. Esta vez van a premiarle especialmente, una suerte de despedida, una buena tajada, una gratificación extra por los buenos servicios prestados durante tanto tiempo.
Frank está enfermo, muy enfermo. El último tratamiento no funcionó y el pronóstico es ya irrevocable. Él no lo ha comunicado a sus jefes, todo ha tratado de llevarlo con gran discreción, entre encargo y encargo, pero esos se acaban enterando de casi todo. Esta vez, incluso han accedido a pagarle por adelantado bastante más de lo convenido en otras ocasiones –hasta ese extremo se fían de él–, una cantidad que, por sí sola, le arreglaría la vida a cualquiera –la vida–, y el resto, como de costumbre, se lo entregarán al acabar, cuando Danilo ya esté muerto. ¿Para qué querrá tanto dinero ese otro condenado?, se habrán preguntado esta vez esos jefes. ¿Quizás para pagarse un lujoso hospital privado donde pasar sus últimos días colmado de atenciones? ¿Para tener luego un funeral digno de una estrella del rock?
Frank es un lobo solitario, no tiene familia, que se sepa –esos lo sabrían–, no se le conocen amoríos recientes, apenas trata ocasionalmente con prostitutas. Tampoco tiene aficiones caras o extraordinarias, nada de coches lujosos, vacaciones en paraísos caribeños, ni ruleta ni naipes. También en esa falta de ostentación ha demostrado siempre ser un profesional de fiar. Es un tipo casi ascético, frugal con la comida –claro que, ahora, la enfermedad y la medicación le han arrebatado el comedido apetito del que antes gozaba— y nunca fue un bebedor afanoso. Su única afición conocida es la música. Concretamente, el jazz. Nadie sabe de dónde le viene semejante pasión, porque eso es sin duda, quién se la inculcó, pero es que hay cosas que no tienen explicación. Posee una colección importante de viejos vinilos, grabaciones legendarias, como incunables del jazz, que con el tiempo ha ido replicando en su totalidad, pasándola a otros formatos más sofisticados y duraderos, añadiendo constantemente nuevas estrellas rutilantes a ese universo de interpretaciones predilectas. Como puede permitírselo, ha llegado a recorrer miles de kilómetros en poco tiempo con tal de no perderse según qué concierto irrenunciable, y suele frecuentar por medio mundo ciertas salas de renombre donde, a su juicio, se interpreta buen jazz. Parece que Frank es exigente, muy exigente. Un público nada fácil. Ya es mala suerte que su último trabajo sea para matar, precisamente, a un músico. A un músico de jazz.
Danilo es pianista y hará cosa de nueve meses recaló en un local llamado Midnight Special, procedente de ninguna parte, y fue contratado por el dueño del establecimiento para incorporarse, provisionalmente, a la banda estable del lugar. Al parecer, el anterior pianista del grupo les había dejado plantados hacía bastante tiempo, pero el grupo se había adaptado sin problemas a actuar sin piano, como un trío solvente, batería, contrabajo y el saxo tenor del propio dueño del Midnight. Danilo apareció en el local quizás en un momento propicio, con un curriculum difuso, pero con un talento indiscutible a cuestas. Le contrataron inmediatamente, e hicieron bien porque pronto se corrió la voz por la ciudad entre los buenos aficionados, que comenzaron poco a poco a llenar el establecimiento, atraídos por aquel músico excepcional. La provisionalidad de su estancia, no más de un año a lo sumo, la había impuesto el propio Danilo, alegando su talante nómada, su voluntad de recorrer el mundo sin tregua, como un navegante solitario que solamente amarra su velero para descansar un tiempo del mar, al resguardo de un puerto, ganar algo de dinero con un trabajo ocasional y volver a zarpar de nuevo. Al avispado propietario del Midnight Special no se le escapó que la bella metáfora del navegante no era sino para encubrir la índole del huido. Le pareció evidente que Danilo huía de algo, y de navegante solitario, nada, porque Viviana, su pareja, le acompañaba en su periplo –ella se dejaba ver alguna noche por el Midnight— y, por cierto, parecía llevar peor que el pianista aquel trasiego constante; sus ojos delataban más el temor a ser alcanzados por quienes fuesen que les persiguieran, antes que el placer del perpetuo viaje, libres de ataduras duraderas. Viviana no era feliz de aquel modo, pero estaba dispuesta aún a seguir a Danilo sin demasiadas condiciones, a la espera de que algún día acabase aquel éxodo. El dueño del local disimuló sus reservas, sus serias dudas. En una situación normal jamás habría pasado por alto sus sospechas, ni contratado a un músico sin una documentación completamente en regla –tal vez falsa— y explicaciones más que peregrinas acerca de su procedencia. Pero le había concedido el beneficio de la duda y le había oído tocar. <<Ya que estás aquí, toca algo para nosotros. Ahí tienes el piano. Suelo afinarlo regularmente, por si acaso. Pero no te prometo nada, ya te he dicho que funcionamos muy bien como trío. >> Entonces, ya toda prevención quedó desarmada, rendida, no podían dejarle marchar así como así, olvidar que le habían escuchado, renunciar a que un músico semejante tocara alguna vez en el Midnight Special, durante el tiempo que fuese. Además, aquel saxofonista y líder de la banda era un romántico proclive, no obstante, a hacerse trampas a sí mismo. ¿Qué cosa tan terrible podía haber hecho un artista como aquel?, se preguntó zarandeándose las últimas reticencias.
Frank era uno de los que sabía lo que había hecho Danilo, aunque sin excesivos detalles, porque casi nunca se los daban ni a él le interesaban. Hacía cosa de dos años, Danilo trabajaba en una banda estrella que actuaba en los locales más reputados de Las Vegas, contratado por los mismos que también tenían a sueldo a Frank y a otros como él. Parece que ni los artistas sublimes son inmunes a la codicia humana. En algunos de aquellos locales selectos en los que actuaba Danilo, se realizaban pases privados al comienzo o al fin de reuniones entre grupos que allí fraguaban negocios y alianzas, como quien proyecta la conquista de un reino o la consolidación de un imperio. A Danilo le propusieron espiar, aprovechándose de su posición de privilegio. Debido a su talento era invitado a menudo a tocar, él solo, en alguno de aquellos conciliábulos de hampones, porque todos habían comprobado que el clima que creaba con su piano, más allá de que aquellos tipos fuesen más o menos amantes del jazz, era luego de lo más propicio para afrontar según que asuntos. Todos se sentían de pronto más cómplices entre sí, como hermanados provisionalmente por la música –el efecto no era muy duradero–, ciertas rencillas irresolubles quedaban cuando menos aparcadas, el viejo mito de las fieras amansadas por la lira sublime de Orfeo. Pero siempre aparecen los que quieren saltarse las reglas y jugar sucio. Así que a Danilo le tentaron y Danilo traicionó a quienes le pagaban cada mes –muy bien–, a favor de quienes le sobornaron, una vez, pero por mucho dinero. Sin duda, pensaba Frank, el pianista no supo calibrar en lo que se metía realmente, o estaba de deudas hasta las cejas. Danilo tenía en aquellos locales el paso franco a todas partes, como un ídolo, nadie le cacheaba, casi no le tocaban ni para estrecharle la mano, aquella mano que, junto a la otra, obraba maravillas con el teclado. Su única misión fue la de introducir allí, conectar y situar estratégicamente un artilugio grabador que, mientras el tocaba o durante las pausas, pudiera registrar algún comentario significativo, algún retazo de conversación que otros pudieran luego descifrar con provecho. Todo eso podía no haber dado fruto alguno pero, al parecer, lo dio. Las consecuencias de aquella traición, de aquellos datos transferidos, fueron de un alcance que Danilo no hubiera imaginado. Quienes le habían sobornado le aconsejaron desaparecer, cambiar de identidad incluso –le proporcionaron un pasaporte falso, como un premio final— y llevar luego aquella vida errante durante un tiempo, hasta que se olvidaran de él. Esas cosas –le mintieron— acababan por caducar. Fue un nuevo error creerse eso. Frank sabía perfectamente que algunas cosas y para según quién no se olvidan ni caducan tan fácilmente, no tanto por pura venganza estéril, sino por fría didáctica, un mensaje que se debía enviar a futuros delatores, traidores y demás infractores de las reglas. Aquella era la verdadera finalidad de semejantes <<ejecuciones>>, un aviso para navegantes, un intento de vacuna. Aquellos castigos sonados eran esenciales para según qué cuestiones con las que no se debía jugar.
Hace dos días que Frank ha recibido la confirmación por parte de sus jefes. Danilo es su víctima, sin la menor duda, sin margen de error posible. Quienes le localizaron la primera vez hicieron bien su trabajo. Así que ya puede actuar cuando él lo disponga, aunque dentro de un plazo inexcusable. El adelanto ya ha sido depositado en el banco habitual de cierto paraíso fiscal. Frank ha pensado hacerlo en un callejón lateral que hay junto al bloque de apartamentos donde se aloja Danilo. Ahí permanece un rato el músico cada madrugada, al regresar del Midnight tras la actuación, para fumarse a solas un último cigarrillo antes de subir a la tercera planta del bloque A, puerta F. Esa metódica costumbre la comprobó Frank durante su espionaje, no menos metódico. Casi nunca le acompaña Viviana durante esos minutos –ella no fuma–, ni siquiera cuando acude también al local para asistir a la actuación. Sin embargo, si esa circunstancia se diera, imprevisiblemente, en la noche señalada –la compañía de la chica en el callejón–, Frank sabe que deberá matar también a Viviana, así es este trabajo, qué se le va a hacer, tiene sus normas.
Así que Frank lleva dos días demorando su último encargo. Se ha acostumbrado a acudir al Midnight Special cada noche, como un aficionado más, para asistir a la actuación del grupo. Ya le reconocen los camareros –corre un riesgo inútil en eso, inusitado en él— y le saludan con la simpatía dedicada a los asiduos. Danilo es un músico excepcional, ha pensado el exigente Frank, desde el primer día en que le oyó tocar. En su trabajo no se puede pensar, como ahora lo hace, no se debe. Hay que calcular, programar, prever, comprobar –otras modalidades de pensamiento–, pero nada más. Sin embargo, desde hacía diez días, en el Midnight Special, cuando tocaba la banda, con la incorporación de Danilo, algo sucedía, algo que había decidido no evitar, no tratar de controlar aún, posponer su truncamiento una o dos noches más, tres a lo sumo. Eran los solos de Danilo, de eso estaba seguro. Le hablaban y hablar es pensar. Le hablaban como si aquel músico supiera cosas de él que nadie más supiera, alguien que le conociera desde siempre, que pudiera desmenuzar sus recuerdos, pulverizarlos incluso para hacer con ellos otra cosa, con esa arena, algo en lo que él se quedaba vagando y como perdido, en ese desierto, pero a la vez volviendo a casa. Eso o algo parecido solamente lo había experimentado Frank escuchando a los más grandes del jazz, a los grandes, grandes, de verdad, y en grabaciones no siempre de impecable calidad. Hasta entonces, nunca lo había experimentado en una actuación en directo.
El tiempo pasa, se agota, noche tras noche, para Danilo, para él. Se va a ir de este mundo matando –piensa Frank, de nuevo piensa cuando no debía hacerlo–; ¿de qué otra forma si no?; ¿no es ese su trabajo o lo ha sido durante tantos años? Cuando el dueño del local no toca el saxo con su grupo suele estar tras la barra buena parte de la noche. Frank le preguntó en una ocasión si no existía alguna grabación de aquellas actuaciones extraordinarias, sabiendo perfectamente la respuesta: que toda aquella música nacía y moría allí cada noche, improvisada, imprevisible siempre, hablándole a él y a nadie más que a él de un modo que luego, en su recuerdo, también se desvanecía con apenas la promesa de otra noche más, quizás. Al coleccionista de grabaciones excelsas le costaba asumir aquello, la esencia misma de la música. Tal vez había especulado con llevarse un recuerdo de aquel último encargo. <<No sólo no está grabada –respondió aquel saxofonista–, sino que cada noche puede ser la última. Ese pianista del demonio se niega a que grabemos algo en condiciones, y además puede dejarme plantado de una noche para la otra, sin avisar, sin despedirse siquiera. Ya me previno al llegar. Lo acepté. Lo aceptamos todos, ya sabe por qué si viene cada noche. Se largará un día, se desvanecerá y esta música, sus malditos solos, será como si nunca hubieran existido. Y le prevengo que en esta casa, que es la mía, están prohibidas las grabaciones piratas. En eso soy muy estricto. Lo siento amigo. Si le gusta, disfrútelo mientras pueda. >>
Unos minutos más tarde, aquel hombre de barba gris salió a escena para presentar a su banda, para iniciar una nueva actuación y, quizás con la breve conversación mantenida con Frank en mente, contó lo que solía contar de vez en cuando y que los verdaderos asiduos sabían de memoria: el motivo por el que había bautizado su local de aquel modo cuando lo inauguró. <<Se trata de un homenaje, señoras y señores. Cuenta la leyenda que Huddie Ledbetter, un mestizo de madre cherokee y padre afroamericano, compuso la canción titulada Midnight Special a mediados de los años veinte del siglo pasado, mientras cumplía condena nada menos que por homicidio. Huddie, en el estribillo de esa canción, ruega que nada ni nadie le impida ver pasar a lo lejos el tren especial de medianoche que, durante un instante fugacísimo, iluminaba su oscura celda de condenado, apenas con un destello: “Let the Midnight Special shine a lihgt on me”. Y también. “Dejad que el especial de medianoche me ilumine con una luz eterna”. La leyenda continúa diciendo que Huddie llegó a obtener el indulto, el perdón del gobernador del estado de Texas, por cantar como cantaba, acompañándose de su guitarra. El perdón, amigos –aquí, aquel hombre sonrió–. No hay nada como el perdón. Decidí que era un buen nombre para un local de jazz. Así que, como son ya casi las doce de la noche, vamos a arrancar hoy con una versión de ese mítico Midnight Special, en homenaje al lejano prisionero que lo compuso. >>
Así que ha llegado la noche definitiva, no hay más demora posible. Quienes pagan habían fijado un plazo que ya ha sido rebasado ampliamente. Frank no suele permitir que eso suceda, salvo por causas muy justificables. Tiene su huida lista. Será fácil esta vez, extremadamente fácil, mucho más de lo que había pensado en un principio. Ha acudido, como cada noche, a presenciar la actuación de los músicos, pero ya sabemos que esta noche es especial, que carece de ámbito y esa inmensidad inabarcable solamente podría llenarla la música. La música de Danilo. Una vez más se ha sentido reconocido y, a la vez, anónimo y olvidado. <<Pianista del demonio>>, había dicho el saxofonista dueño del local. Frank ha aguardado el fugaz destello de libertad de media noche, pero este no ha llegado esta vez. Hasta los genios pueden tener un mal día, o una mala noche. Qué importa, se ha dicho Frank, quien lo haya visto, ese destello, aunque solamente sea una vez, ya ha escapado para siempre.
Antes de que acabasen los aplausos, él ya había pagado su última copa en la barra del Midnight Special y se ha apresurado en busca del coche de alquiler para llegar a cierto bloque de apartamentos antes que Danilo. No había visto a Viviana en el local, por lo que ha supuesto que ella se había quedado en casa, como solía hacer tantas veces. Ha subido las escaleras en silencio hasta el tercer piso del bloque A y ha introducido un sobre por debajo de la puerta F. Luego ha vuelto a bajar y ha aguardado escondido en el callejón.
Danilo ha tardado algo en llegar. Quizás se había entretenido bebiendo algunas copas con sus compañeros tras el último pase. Se ha detenido donde siempre, exactamente donde siempre, un lugar del callejón que parecía estar marcado con tiza, y ha encendido el último cigarrillo. Cuando Frank ha surgido de su escondrijo de sombra, curiosamente, Danilo casi no se ha sobresaltado –quizás sí iba algo bebido–, y ha reconocido, pese a todo, al hombre que de pronto le encaraba, de verlo por el Midnight. Ambos jamás habían intercambiado una sola palabra. Ha sido Frank quien ha aclarado la situación, que no podía, no debía durar: << He venido a matarte. Tu novia tiene toda la información que precisáis. Quizás a estas horas, si te espera levantada, ya haya encontrado el sobre y haya leído la nota. Ahí está todo cuanto necesitáis saber y un par de pasaportes falsos muy convincentes. >> Luego, Frank ha sacado su revólver con silenciador y se ha disparado en la boca, porque algunas cosas no tienen explicación.
Publicado por gentileza de su autor.
Círculo de lectores confinados
- Día 1: ‘La señora Rapin’, de Eduardo Berti
- Día 2: ‘El trabajo de los ojos’, Mercedes Halfon
- Día 3: ‘Bosc’/’Bosque’ de Natàlia Cerezo
- Día 4: ‘Oxitocina’, de Miguel Serrano Larraz
- Día 5: ‘El señor Zorro’ de Angela Carter
- Día 6: ‘Álbum’ de Alberto Chimal
- Día 7: ‘Gótico’ de Ali Smith
- Día 8: ‘Sofía’ de Laura Ferrero
- Día 9: ‘La pared del costado’ de Santiago Navrátil
- Día 10: ‘El terrícola’ de Yuri Herrera
- Día 11: ‘La niña gorda’, de Marie Luise Kaschnitz
- Día 12: ‘Mi verdadero yo’ de Shirley Jackson
- Día 13: ‘Fábula del tiempo’ de Juan Gómez Bárcena
- Día 14: ‘Cosas de niños’ de David Wagner
- Día 15: ‘Una dulce ancianita’ de Belén Rubiano
- Día 16: ‘Èxitus’ de Xavier Vidal
- Día 17: ‘Las medias rojas’ de Emilia Pardo Bazán
- Día 18: ‘El koala asesino’ de Kenneth Cook
- Día 19: ‘La muñeca menor’ de Rosario Ferré
- Día 20: ‘El último hablante de erromintxela (se llamaba Goyo)’, de Paco Inclán
- Día 21: ‘Julio Equis’ de Flavia Company
- Día 22: ‘No hi veus res d’estrany?’ /’¿No notas nada raro?’, de Eider Rodriguez (en cat. y cast).
- Día 23: ‘Bacteria mundi’ de Cecilia Eudave.
Un cuento impresionante, no puedes dejar de leerlo a toda prisa y con un final sorprendente aunque totalmente lógico y coherente, pero la lectura es tan absorbente que no da tiempo a anticiparlo.
Se ha hablado mucho de las cualidades de la música, un lenguaje universal capaz de seducir, de hacer soñar, de hacerse imprescindible. Tal como dice el relator, la música nace y muere en el mismo instante, como el rayo de luz del tren de medianoche, fugaz pero imprescindible.
La música de Danilo es fugaz e imprescindible, y al final obtiene el indulto.
Manel
Me ha gustado mucho el cuento de Juan José, tanto por su trama como por el desenlace y por la manera de escribirlo. Ello,nos permite a los lectores ir siguiendo los varios relatos, que se van sucediendo con toda facilidad.
Es muy interesante la relación entre los dos protagonistas ,Frank y Danilo y como el poder de la mejor música les lleva a conocerse, sin saber que estaban predestinados gracias a la misma, a despedirse entre ellos de una manera imprevisible y absolutamente generosa.
La música entendreix el cor més dur, i de vegades fins i tot el transforma, però no crec que sigui el cas de’n Frank,
Ell no li perdona la vida a en Danilo perquè li faci pena o s’hagi arrepentit d’alguna cosa. La pietat no sap què és.
Es suicida perquè mai més podrà escoltar una música igual i sense aquesta música no li val la pena seguir vivint. Com sempre ha fet , només pensa en ell mateix.
Una historia muy bien estructurada envuelta en la magia de la música y el sugestivo mundo del jazz.
Atrapa, intriga y emociona a través de la humanidad de sus personajes .
Un verdadero regalo del autor !
Un relato fantástico. El poder de la música queda patente en este relato. Y quizás gracias a ella Danilo salva la vida. Frank decide matarse, él no tiene ya nada que perder. Es un personaje que a pesar de la frialdad con la que afronta su último trabajo aprecia la belleza. Muere matando, aunque esta vez es él quien decide.
Hola,
Fantástico relato, me gusta mucho la secuencia y el ritmo con el que nos son presentados los personajes, la urdimbre de la trama y la conexión entre el músico y el sicario, entre la huida incierta de uno y el final inexorable del otro, o entre la creación libérrima de uno y el rigor profesional y metódico del otro. También me parecen destacables, como el juego encadenado entre la música, su lenguaje que nos habla y por tanto, el pensamiento que nos genera; o la canción (midnight special, que muchos bailamos en la versión de los Creedence), que da título al cuento y al antro musical y que, como en otras partes , nos da pistas de su avance y resolución. En esta última, coincido con Lourdes, no hay remordimiento y puede que ni compasión en la acción de Frank. Aunque esa noche no ha tenido ningún “destello” en la música de Danilo, para él quedan las sesiones anteriores, pues la música del pianista, como el agua de Heráclito, hoy ha sido otra. El único destello final que podemos imaginar es el del revólver, curiosamente silenciado y, como se nos dice: “algunas cosas no tienen explicación”
Infinitas gracias a todos los lectores de mi cuento Midnight Special. Es siempre mágico saber que alguien “continúa” y “completa” lo que un día uno escribió en soledad, como también en soledad se leen los cuentos. La verdad es que lo único que sabía al comenzar es que, desde el principio, quería imprimir un “tempo” jazzístico, en el que se alternara la atención, el foco, en los avatares de los dos personajes, como si estos fueran alternando “solos” con algún instrumento. Gracias, de nuevo, a los que también han añadido su “solo” lector, su particular música, a este texto.
Extra ordinario relato con un final sorprendente. Ha sido un placer leerlo.
¡A penas solté el suspiro! Desde Cortazar, Joyce, Twain y quizá últimamente Haruki no sentía la complicidad de un tema y un ritmo narrativo de tal fuerza, resuelto con la maestría de un Poe. Gracias.