Un cuento al día mientras dure la cuarentena.
Durante la mañana de cada uno de los días que dure la cuarentena, publicaremos en nuestra web Libreriodelaplata.com y con la complicidad de sus autores y/o editores, un cuento.
Editoriales como Alfaguara, Candaya, Contraseña, Edicions del Periscopi Errata Naturae, Impedimenta, Jekyll& Jill, La Navaja Suiza, Las afueras, Libros del Asteroide, Literatura Random House, Males Herbes Minúscula, Nórdica Páginas de Espuma Periférica, Raig Verd, Rata_Books, Salto de Página, Sexto Piso y Tránsito ya forman parte de la propuesta, así que de todas ellas podremos leer relatos.
A quedarse en casa, cuidarnos mucho y leer, tejiendo esta gran red.
‘La pared del costado’ de Santiago Navrátil

-Hasta las paredes lloran. De tarde. A eso de las seis o siete de la tarde. Cuando empieza a ponerse anaranjadito. Hasta las paredes lloran mijito.
Me lo repetía cada vez que me lo encontraba camino a casa. Yo volvía de la escuela a las cinco de la tarde y él siempre estaba ahí sentado en la puerta del almacén. Tenía caramelos. Pero no eran de los ricos. Eran de café. Me miraba mientras me caminaba toda la cuadra y se reía. Esa cuadra era la más larga. Yo iba pateando piedritas para no mirarlo. A mi no me daba miedo porque se reía. Y me gritaba desde lejos –¡Camine como hombre mijito!- o me decía – ¡Si no levanta la cabeza le va a cagar una paloma y no se va a dar cuenta!-
Igual yo le hacía caso a veces. Otras veces no.
Siempre que doblaba por la esquina del almacén me llamaba para que me arrimara un ratito y me daba un caramelo. Me contaba alguna cosa y me decía que tenía que correr hasta casa que si no mi madre me iba a rezongar.
Cuando volvía de la escuela con las rodillas lastimadas o volvía enojado porque habíamos perdido al fútbol me decía que yo podía llorar si quería. Que no era de macho pero bueno. Que no estaba mal tampoco. Pero igual yo nunca lloraba. Mi mamá me decía que se me iban a secar los ojos si no lloraba nunca. Mi padre me decía que no hablara con el “viejo sucio ese” y yo le tenía que hacer caso.
En el cajón del cuarto tenía todos los caramelos de café. Llenito de caramelos de café estaba. Los dejo ahí porque no me los como nunca, pero si le digo que no me gustan capaz que se ofende. Yo los agarro y me los guardo y cuando llego los dejo en el cajón. A mi primo le gustan, así que se los voy a dar a él cuando lo vea.
A veces, cuando me dejaban, salíamos a jugar a la vereda. Corríamos por ahí y jugábamos a la escondida. Yo era el más chico de los de ahí. Porque antes éramos otros. Pero ahora solo somos los que se quedaron. Así que por eso yo soy el más chico de los que estamos acá.
Los más grandes a veces le gritaban cosas al viejo. Yo me escondía ahí y hacía como que gritaba pero no decía nada. Y el viejo me miraba sólo a mí. Yo no me sentía mal porque mi padre dice que es un viejo sucio. Y yo le creo a mi padre. Pero el viejo a mi me trata bien. Una vez le tiraron piedras y el viejo se metió para adentro y no salió en tres o cuatro días. Pero era vacaciones así que yo no iba a la escuela y no me di cuenta hasta que me dijeron. Yo no le tiré nada. Pero igual yo sabía que un par le tenían rabia al viejo. Porque dicen que tiene olor a vino y que espanta a la gente. Yo no me espanto con nada. Porque yo le hablo y no me tiemblan las piernas.
El lunes después de las vacaciones cuando volvía lo vi de nuevo. Estaba sentado en la silla de plástico ahí en la puerta del almacén. Pero no me dijo nada. Venía yo caminando por el lado de la izquierda pateando una piedrita. Cuando pasé por la esquina no me dijo nada. Yo iba pateando suavecito así le daba tiempo. Pero no me dijo nada así que seguí de largo. El martes tampoco me dijo nada. Pero yo lo miré y me saludó con la cabeza. Para mí que está enojado. El miércoles no tuvimos clase. El jueves pasé de nuevo y como no me dijo nada me arrimé ahí para decirle que yo no le había tirado nada. Cuando me acerqué vi que tenía la cara lastimada. Y me contó que fue de una pedrada. Pero no estaba enojado.
-¡Mijito! Una cortadita. ¡No es nada! – se reía y me miraba- Si usté supiera mijito las que yo pasé. Algún día le cuento. Ahora ligerito pa’ la casa que si no me lo rezongan.
Yo me fui corriendo para casa. Esa noche comimos fideos y mamá le guardó algunos al viejo. No me dejaba decirle a papá que le daba comida porque se enojaba. Mi papá era el que se enojaba, el viejo estaba todo agradecido.
El viernes de tarde cuando pasé por ahí me saludó de nuevo y me dio el tarrito de los fideos. Vacío y limpito. Yo también le paso un pancito para limpiar el plato. ¡Mirá que salimos parecidos el viejo y yo!
El sábado y el domingo nos fuimos a la casa de mis abuelos con mi papá. El domingo después de comer volvimos. Mamá se había quedado cocinando y cuando entramos a la casa había olor a torta de zapallitos. Mi mamá estaba sentada en el sillón llorando. Mi papá le fue a hablar. Nosotros nos quedamos ordenando las cosas que nos habíamos llevado a lo de los abuelos. Después papá nos contó que mamá estaba llorando por el viejo. Que lo habían matado parece. Yo no le creí así que me arrimé a la puerta y miré a ver si lo veía. Pero no estaba. Estaba la silla de plástico, pero el viejo no estaba. Me fui hasta el almacén corriendo. Pero me dijeron que era verdad, que lo habían matado. Yo me quedé un ratito ahí parado. Pensando y eso. Y después me volví a casa corriendo así sin respirar y me metí derechito al cuarto y agarré los caramelos de café. Después salí y me quedé apoyado en la pared del costado. Me quedé toda la tarde. Comiendo caramelos de café y mirando como se iba haciendo de tarde. Y después entré porque ya tenía la espalda toda mojada. Porque tenía razón el viejo:
Hasta las paredes lloran cuando empieza a ponerse anaranjadito.
Círculo de lectores confinados
- Día 1: ‘La señora Rapin’, de Eduardo Berti
- Día 2: ‘El trabajo de los ojos’, Mercedes Halfon
- Día 3: ‘Bosc’/’Bosque’ de Natàlia Cerezo
- Día 4: ‘Oxitocina’, de Miguel Serrano Larraz
- Día 5: ‘El señor Zorro’ de Angela Carter
- Día 6: ‘Álbum’ de Alberto Chimal
- Día 7: ‘Gótico’ de Ali Smith
- Día 8: ‘Sofía’ de Laura Ferrero
- Día 9: ‘La pared del costado’ de Santiago Navrátil
- Día 10: ‘El terrícola’ de Yuri Herrera
- Día 11: ‘La niña gorda’, de Marie Luise Kaschnitz
- Día 12: ‘Mi verdadero yo’ de Shirley Jackson
- Día 13: ‘Fábula del tiempo’ de Juan Gómez Bárcena
- Día 14: ‘Cosas de niños’ de David Wagner
- Día 15: ‘Una dulce ancianita’ de Belén Rubiano
Rezuma ternura por todos los costado, puedo notar el sabor a “cafe” de esos carmelos que finalmente consume, a pesar de “no ser de los ricos” como gesto de homenaje y pervivencia. Precioso
Me gusta el lento compás del día a día de una niñez de otros tiempos, con calles que era posible andar y desandar pateando piedritas. En este relato breve están presentes la idea de traición y de complicidad, de memoria y de duelo, de ausencia y de soledad, todo esto contado desde la voz infantil que el narrador ha elegido. Es un cuento que me emociona.
Manuel
Una historia preciosa entre la vejez y el aprendiz.
Lástima que los miserables también aparecen.
La vida es así.
A menudo ganan los malos.
Un relato con mucha frescura, la frescura de la mirada infantil que me dio mucha nostalgia. Veía desde la ventana de la cocina de mi casa de la infancia ese precioso cielo anaranjadito, era un ratito mágico. Y los caramelos de café eran los que siempre quedaban últimos en la bolsa de caramelos surtidos de mi abuela.
Gracias por este cuento lleno de ternura.
Me ha gustado mucho esa mirada sin prejuicios , todavía sin corromper.
Sútil la relación de afecto entre el niño y el viejo, ese procurarse cuidados y atenciones en un cariño silencioso.
Muestra muy bien la sensibilidad del niño, luchando entre esas dos fuerzas que tiran de él ; ese dilema entre ser como los demás niños, como lo demás hombres y lo que su corazón le dicta. Carece aún de valentía que se necesita para desmarcarse del grupo, para no ser cómplice de la injusticia y la violencia.
Intuyo un vínculo entre el viejo y la madre en el que ese niño actúa como eslabón, sea esta relación de afecto o quizás de algo más, quién sabe.
La ternura de este niño me hizo pensar en Zezé, inolvidable protagonista de “Mi planta de naranja lima”, lectura que recomiendo.
Un relato redondo en el sentido de las cosas bien hechas y redondo por cómo empieza y acaba. !Todo en él es pura verdad! Magistrales los elementos que nos llevan a nuestra propia infancia: el detalle de los caramelos de café “pero no eran de los ricos”. La forma de dibujar el carácter en construcción del niño que tiene que elegir entre el punto de vista de la madre y del padre. Las estrategias del niño para relacionarse con el viejo y a la vez encajar en el grupo de amigos. Fluye sin ninguna traba y se cierra dándole la razón al viejo y repitiendo sus mismas palabras. Redondo.
El relato refleja la soledad de los desheredados con un pasado que los demás desconocen – “Si usté supiera mijito las que yo pasé” -. La bondad de la madre, su empatía y generosidad contrasta con el rechazo y desprecio del padre, “el viejo sucio ese”, reflejo de un entorno que maltrata o ayuda al necesitado. El niño observa, aprende y toma partido comiéndose los caramelos que no le gustan a modo de silencioso homenaje. La sensibilidad del niño muestra que hay esperanza.
Me gusta el tono y el estilo del narrador, su voz de niño, que nos instala en un marco ajeno a la mirada adulta retrospectiva o evocativa. Dos párrafos en la narración, los únicos que se expresan en presente y futuro, nos ubican en ese marco. Cuando nos describe el cajón de su cuarto, llenito de caramelos de café (“ Los dejo ahí porque no me los como nunca, pero si le digo que no me gustan capaz que se ofende. Yo los agarro y me los guardo y cuando llego los dejo en el cajón. A mi primo le gustan, así que se los voy a dar a él cuando lo vea”) o cuando se nos presenta como el más chico (“ Yo era el más chico de los de ahí. Porque antes éramos otros. Pero ahora solo somos los que se quedaron. Así que por eso yo soy el más chico de los que estamos acá.”)
Y me gusta también la extraordinaria sensibilidad, la insinuación, los dilemas y cuánto plantea y queda abierto en el cuento, más allá de su circularidad formal, respecto la tragedia de ese viejito y el impacto emocional y ético en todo lo que va conformando el mundo y la personalidad de nuestro pequeño narrador: la pandilla, papá, mamá y él mismo.
Salud
Es un cuento precioso. Admiro cómo el autor sabe expresar tantos sentimientos encontrados en un relato tan corto.
Sobre la crueldad del grupo prevalece el cariño y el homenaje del niño al anciano. Da esperanza.
¡Gracias por publicarlo!
Precioso. La lectura me transportó a mi niñez. En Montrevideo, calle Espartero, siempre pasaba por delante del almacén de José María. Me veo reflejado como una sombra que circula junto a las paredes que se ponen anaranjadito llorando sobre la vereda en la cual jugábamos con coches y vaqueros de plástico. Allá por los años 60, Gracias.
Emilio, me parece increíble esto que cuentas, porque yo viví de muy niña en la calle Espartero 1535. Viví del 62 al 65, y cuando me fui del barrio tenía 5 años.
Años más tarde, cuando descubrí a Julio Cortázar y leí el cuento ‘Simulacros’, siempre imaginé el jardín de la calle Humboldt en el que vivía el protagonista, como el de mi casa.
Recuerdo que tenía un rosal de flores inmensas y perfumadas y también agapantos y un enano de jardín.
Gracias por traerme ese recuerdo.
Me ha encantado. La ternura e inocencia del niño que se muestra sensible y perceptivo sobre lo que supuestamente se espera que haga o sea y lo que él percibe en realidad.
Muchas gracias.
Que bonitooooooo, cuanto viejo hay por ahí, que cuanto quiero y por los que lloro …. y en el fondo soy eso, como una pared, que n o me muevo.