Un cuento por día mientras dure la cuarentena. Día 13.
Durante la mañana de cada uno de los días que dure la cuarentena, publicaremos en nuestra web Libreriodelaplata.com y con la complicidad de sus autores y/o editores, un cuento.
Editoriales como Alfaguara, Candaya, Contraseña, Edicions del Periscopi Hoja de Lata, Errata Naturae, Impedimenta, Jekyll& Jill, La Navaja Suiza, L’Altra Editorial Las afueras, Libros del Asteroide, Literatura Random House, Males Herbes Minúscula, Nórdica Páginas de Espuma Periférica, Raig Verd, Rata_Books, Salto de Página, Sexto Piso y Tránsito ya forman parte de la propuesta, así que de todas ellas podremos leer relatos.
A quedarse en casa, cuidarnos mucho y leer, tejiendo esta gran red.
‘Fábula del tiempo’ de Juan Gómez Bárcena

Cada vez que un forastero habla del paso inexorable de los años o lamenta la imposibilidad de trocar nuestro destino, el bardo toma la lira y canta la historia de la joven reina Bandica, que por amor a un muerto concibió la locura de viajar en el tiempo. Pues su esposo el rey, que por edad casi hubiera podido ser su padre, acababa de fallecer, y ella lloraba día y noche desconsolada sobre su tumba. Quienes la escucharon dicen que imprecaba a gritos a los dioses, que habían permitido que se enamoraran siendo él un anciano y ella apenas una niña que comenzaba a vivir. Los hados habían equivocado sus edades, y ellos, que estaban destinados a nacer y morir juntos, habían estado separados primero por cuarenta años de distancia y ahora por el insondable abismo de la muerte.
Un día, Bandica hizo llamar a los magos y sabios de la corte. Les dijo que su corazón moría de pena y que su única esperanza era encontrar la manera de ver de nuevo con vida a su amado. Por eso les consultaba a ellos, que todo lo sabían, para que le enseñaran la forma de remontar las aguas del tiempo hasta los días felices en que su esposo el rey aún vivía. Los magos se miraron con impotencia. Todo esto ocurría en tiempos muy lejanos, cuando el mundo era tan joven que aún estaba lleno de prodigios y hechos asombrosos; pero no tanto como para que simples mortales supieran rebobinar las ruedas del tiempo, cuyos ejes sólo conoce el Altísimo. El primero de los sabios dijo que el pasado era irrecuperable como la honra de la mujer una vez perdida, pero que podía aconsejar a la reina sobre el modo de ensanchar las fronteras de su reino y conseguir cuanto su apetito de poder anhelara. La reina respondió que ningún bien necesitaba, pues ya no tenía a nadie con quien
compartirlo. El segundo de los magos dijo ser capaz de preparar filtros amorosos para tener a su disposición a los hombres más apuestos del orbe. La reina contestó que el único hombre en quien querría resucitar el amor yacía bajo tierra. Por fin, el último hechicero dijo que el retorno al pasado era tan imposible como inevitable era el viaje al futuro, y que en eso consistía la tragedia de ser hombre. Por ello no se sentía capaz de enseñar a la reina nada más que conocimientos inútiles; meros sofismas con que entretenerse mientras sus vidas se consumían como el cabo de una vela. A éste tomó la reina como su consejero privado e hizo cubrir de honores.
Una noche que contemplaban las estrellas, el mago señaló el cielo y entre otros muchos comentarios estériles dijo: «Mírelas, Alteza. Están tan lejos que su brillo continúa llegando hasta nosotros, aunque muchas de ellas ya se hayan apagado». Aquella noche la reina no pudo conciliar el sueño. Pensó en las palabras del sabio; pensó en el resplandor disperso del cielo y en cómo desde la tierra las estrellas muertas continuaban estando vivas. Pensaba en ellas al vestirse en silencio y aún seguía haciéndolo mucho tiempo después, mientras corría por el jardín del palacio aprovechando las sombras de la noche. El amanecer la sorprendió al otro lado de las murallas de la ciudad y sólo entonces su decisión estuvo tomada.
Durante días y días, la reina prosiguió su marcha hacia el sol naciente. En su camino atravesó llanuras infinitas en las que descubrió la soledad y aldeas miserables en cuyas chozas comprendió la pobreza. Por todas partes, encontró ruinas y hombres que arañaban los frutos de la tierra con esfuerzo. La reina conoció también el hambre y se vio obligada a mendigar raciones de pan y agua. En cada posta se detenía para preguntar quién era el monarca que gobernaba aquellas tierras. Los posaderos contestaban que su rey había muerto tras dolorosa agonía y que su joven esposa la reina Bandica lloraba día y noche sobre su tumba. La reina cabalgó aún más lejos, sin pensar en nada. Reventó caballos, salvó infranqueables ríos, recorrió de cabo a cabo el desierto donde los viajeros perecen de sed.
En una posada que se alzaba en medio de ninguna parte, repitió la pregunta. El mesonero contestó que su rey, un hombre ya muy anciano, acababa de desposarse con una joven mujer que por edad habría podido ser su hija.
Bandica apresuró su paso. Llegó hasta donde llegan los hombres sensatos y después continuó hacia adelante. Atravesó las montañas desoladas que ni siquiera los buitres sobrevuelan y los pantanos en los que se hunden y extravían las mulas de los correos. A bordo de un balandro desvencijado cruzó los siete océanos y cada uno de sus insondables piélagos. Bandica no sabría decir si continuaba dentro de las fronteras de su reino o si estaba a punto de llegar al límite de la tierra, donde los mares se desvanecen en una catarata que cae eternamente. Pero cierto día encontró una isla, en esa isla una aldea, y en esa aldea una posada en la que los hombres pagaban sus rondas con monedas que tenían acuñada la efigie de un rey niño. Bandica sonrió y supo que por fin había llegado al lugar que buscaba.
En aquella isla remota, la reina dejó pasar la vida entera. Año tras año creció con ese niño; en el reverso frío de las monedas vio definirse cada vez más claramente los rasgos que algún día amaría y cubrirse de nuevo de barba sus mejillas. Lentamente aprendió a amarlo como lo amaban sus súbditos: en la distancia. Cada año arribaba a la isla un barco que traía noticias de la capital. Bandica aguardaba incansablemente su llegada. Por él supo cada uno de los avatares que su amado vivía al otro lado del reino. Sufrió con él la derrota a manos de los bárbaros del norte de la que recordaba haber oído hablar a sus abuelos y, la primavera siguiente, celebraron los festejos de su definitiva victoria. Conoció también la noticia de que el rey había sido herido en el campo de batalla. Día y noche, Ban- dica esperó en el puerto la noticia de su recuperación, con la fidelidad de una amante esposa.
Lentamente, fue pasando el tiempo. Juntos cumplieron treinta años y después cuarenta y cincuenta. La vejez les dio alcance al mismo tiempo y sus rostros se fueron cubriendo de idénticas arrugas. Ambos eran ya muy ancianos la mañana en que el barco del correo llegó anunciando la boda del rey con una joven princesa que por edad podría haber sido su hija. Bandica contempló el rostro de aquella niña en una de las monedas recién acuñadas y le pareció una extraña. Sintió como si su juventud en palacio hubiera sido sólo un sueño: una fantasía mucho más irreal que la vida de su amado, que sin duda continuaba caminando y respirando en algún lugar de la tierra. Y el día que sufrió los primeros estertores de la muerte supo que en ese rincón opuesto del mundo el rey estaría sintiendo aquel mismo dolor en el mismo instante. Tal vez por eso no sintió ninguna tristeza, y se limitó a sonreír con una sonrisa que no sabía si le pertenecía a ella o a él.
Poco después llegó el barco del correo. Tenía el velamen negro y las banderas del reino ondeando a media asta, pero en el puerto no había nadie para apreciarlo. Del barco descendió un cortejo de plañideras que traían tristes noticias de la capital: pues el rey había muerto tras dolorosa agonía y su joven esposa había desaparecido en el desierto donde los viajeros perecen de sed, persiguiendo la locura de retroceder en el tiempo. No encontraron a nadie a quien comunicar las nuevas. Ni hombres trabajando en los sembrados ni pastores apacentando sus rebaños de cerdos y cabras. La isla estaba desierta. Las plañideras la recorrieron de costa a costa mesándose los cabellos y profiriendo tristes quejidos de dolor, pero nadie pareció escucharlas. Por último se dirigieron a la iglesia. En su camino se cruzaron con un grupo de hombres y mujeres que venían en dirección contraria, acompañando un féretro. Por un instante, cesaron en sus lamentos para preguntar qué sucedía, pero los desconocidos les indicaron con un gesto que callaran y continuaron su camino.
Aquéllos eran los funerales por la anciana Bandica, conocida en toda la isla por su nobleza y por su costumbre de mirar fijamente las estrellas. Y eran tantos los que la acompañaban en su último viaje que las plañideras tuvieron que hacerse a un lado y esperar su paso.
Publicado por gentileza de su autor y de editorial Sexto Piso.
Círculo de lectores confinados
- Día 1: ‘La señora Rapin’, de Eduardo Berti
- Día 2: ‘El trabajo de los ojos’, Mercedes Halfon
- Día 3: ‘Bosc’/’Bosque’ de Natàlia Cerezo
- Día 4: ‘Oxitocina’, de Miguel Serrano Larraz
- Día 5: ‘El señor Zorro’ de Angela Carter
- Día 6: ‘Álbum’ de Alberto Chimal
- Día 7: ‘Gótico’ de Ali Smith
- Día 8: ‘Sofía’ de Laura Ferrero
- Día 9: ‘La pared del costado’ de Santiago Navrátil
- Día 10: ‘El terrícola’ de Yuri Herrera
- Día 11: ‘La niña gorda’, de Marie Luise Kaschnitz
- Día 12: ‘Mi verdadero yo’ de Shirley Jackson
- Día 13: ‘Fábula del tiempo’ de Juan Gómez Bárcena
- Día 14: ‘Cosas de niños’ de David Wagner
- Día 15: ‘Una dulce ancianita’ de Belén Rubiano
Manel
He llegit un conte magnífic. Escrit amb una facilitat tremenda per explicar els fets que van passant.
L’eix principal de la historia es la vida ,amb el seu amor, i la mort amb la seva tristesa i amb la seva dualitat de poder trobar a la persona estimada al passat o al futur.
Es totalment poética l’explicació de les estrelles (les veiem i moltes ja estan apagades),que servirà a la reina per a donar-li ales per trobar alguna forma d’entrar en un altre temps i retrobar al seu amor, el rei.
El final està totalment lligat al relat que hem llegit.
No fa vergonya perdre alguna petita llàgrima.
Només les estrelles i els personatges dels contes com aquest aconsegueixen estar a la vegada vius i morts.
Quants de nosaltres no viatjariem en el temps per passar , ni que fos només una estona , amb les persones estimades que ja no estan amb nosaltres ?
La mort és l´unic tema.
Quin conte tan bonic, amb el llenguatge i el ritme dels contes de sempre, tot super dimensionat: els mars, els rius, els deserts, les muntanyes, l’amor, la tristesa …. i finalment arriba on arriben els homes sensats, però ella continua…
i en aquest viatge al futur aconsegueix trobar el passat.
Ella marxa a un país llunyà i en aquest viatge desapareix la dimensió temps i només queda l’espai, com la llum de les estrelles mortes que arriben a la terra.
En el país llunyà arriba la llum del seu estimat.
Un cuento sobre el amor y la muerte, tan tratados en literatura; el amor más allá de la muerte. Bandica hará lo imposible por vivir de nuevo su amor, desafiando al tiempo. Qué magia desprende. La muerte no tiene que ser el fin, igual que podemos ver la luz de estrellas que ya no están.
Buenos días,
¡Que cuento tan hermoso! Lo leí ayer y he estado dándole vueltas, hasta lo he recontado a la hora de la cena.
Me gusta como Bandica consigue parar el tiempo yendo más lejos, donde las noticias llegan más tarde, siguiendo el consejo del sabio.
Está bien medido, con todos los elementos maravillosos de los cuentos tradicionales como las expresiones “cuando el mundo era joven”.
Muy buena lectura, ¡gracias!
Un cuento precioso que por un momento me ha traslado a los cuentos de hadas de mi infancia.
Este cuento me hace reflexionar sobre el amor y la muerte y el hecho de que no podemos cambiar las cosas; no podemos dejar atrás el pasado sin mirarlo. Ese gran sueño de viajar al pasado no es posible, podemos volver atrás.