Un cuento al día mientras dure la cuarentena.
Durante la mañana de cada uno de los días que dure la cuarentena, publicaremos en nuestra web Libreriodelaplata.com y con la complicidad de sus autores y/o editores, un cuento.
Editoriales como Alfaguara, Candaya, Contraseña, Edicions del Periscopi Errata Naturae, Impedimenta, Jekyll& Jill, La Navaja Suiza, Las afueras, Libros del Asteroide, Literatura Random House, Males Herbes Minúscula, Nórdica Páginas de Espuma Periférica, Raig Verd, Rata_Books, Salto de Página, Sexto Piso y Tránsito ya forman parte de la propuesta, así que de todas ellas podremos leer relatos.
A quedarse en casa, cuidarnos mucho y leer, tejiendo esta gran red.
‘El trabajo de los ojos’ de Mercedes Halfon. Capítulo XXIII

La primera imagen de un escritor en la que reparé fue la de Julio Cortázar. No me refiero a un interés literario, sino a conocer la cara de alguien que se dedicara a escribir. En una Feria del Libro compré una foto suya —muchos de sus libros me los había prestado una vecina— que pegué en la carpeta de la escuela. Con ese gesto se iniciaba un fanatismo impulsado por dos motivos: el primero, que era un escritor con un cigarrillo en la boca, y el segundo, los ojos. Nítidos, saltones, ligeramente separados, fijos. Todos los escritores fuman, pensaba yo, mientras hacía lo mismo en el baño del colegio, parada sobre un inodoro y tratando de hacer circular el humo con ondulantes movimientos de manos. Esa era una verdad indiscutible, además de ser una de las ventajas de convertirse en escritor. Al fumar ya estaba dando algunos pasos por el camino de la literatura. Estaba además el tema de los ojos interesantes.
Borges también tenía algo en los ojos. Todo en sus ojos, quiero decir. O, como supe más tarde, los ojos de James Joyce. Estrábicos, con una órbita que parece llegar hasta el marco mismo de los lentes. También revelaban algo interior. En mi escritorio tengo un retrato suyo, un parche de pirata le cruza la cara.
Joyce tuvo graves problemas en la vista: inicialmente hipermetropía —mala visión de cerca—, a los veinticinco años, iritis y, una década más tarde, glaucoma y sinequia. Su delicado equilibrio fue empeorando. Era descuidado con su cuerpo en general, alcohólico, y aunque se sometió a veinticinco operaciones, llegó a quedarse prácticamente ciego. Hace poco se dio a conocer la receta de anteojos que le prescribió uno de los más célebres oftalmólogos de su época, el doctor Alfred Vogt, en 1932. Era para unos cristales de +17 dioptrías. Demasiado para alguien que trabaja con objetos del tamaño de una hormiga. Dicen que usaba lupas para leer. Y que, llegado un momento, dictaba.
Muchos otros han trabajado así. La voz y el oído suplantando la vista. De algún modo esa ceguera debe haberse trasladado al papel. No porque el uso experimental que hizo de los signos de puntuación o su ausencia en muchos casos esté originada por la imposibilidad en la que trabajó, sino porque el conflicto de Joyce por apresar lo cercano, quizá, lo convirtió en el escritor que fue. Su interés terminó tan dirigido a eso que se le escapaba que le encontró una nueva dimensión. Un ensanchamiento del presente que bordea su estallido.
Borges dijo que Joyce escribió en un idioma inventado, bastante incomprensible pero reconocible por su música extraña: «Trajo una música nueva al inglés». Joyce dijo: «De todas las cosas que me han sucedido creo que la menos importante es la de haberme quedado ciego».
Tengo la impresión de que la disminución visual, cuyo último eslabón es la ceguera, es una caída hacia adentro de la persona. Hablo de la imagen de Borges, ciego, con los ojos desviados. En realidad todos los ciegos tienen los globos oculares apuntando en cualquier dirección; llegada esa instancia da igual, porque la mirada está caída hacia adentro.
El estrabismo es distinto, porque los ojos pueden ver, pero están extraviados, no saben hacia dónde dirigirse. La escritura sería una forma de orientación posible, un mapa, una suerte de prótesis que conecta el interior con el exterior.
Publicado por gentileza de su autora y de Editorial Las afueras.
Círculo de lectores confinados
- Día 1: ‘La señora Rapin’, de Eduardo Berti
- Día 2: ‘El trabajo de los ojos’, Mercedes Halfon
- Día 3: ‘Bosc’/’Bosque’ de Natàlia Cerezo
- Día 4: ‘Oxitocina’, de Miguel Serrano Larraz
- Día 5: ‘El señor Zorro’ de Angela Carter
- Día 6: ‘Álbum’ de Alberto Chimal
- Día 7: ‘Gótico’ de Ali Smith
- Día 8: ‘Sofía’ de Laura Ferrero
- Día 9: ‘La pared del costado’ de Santiago Navrátil
- Día 10: ‘El terrícola’ de Yuri Herrera
- Día 11: ‘La niña gorda’, de Marie Luise Kaschnitz
- Día 12: ‘Mi verdadero yo’ de Shirley Jackson
- Día 13: ‘Fábula del tiempo’ de Juan Gómez Bárcena
- Día 14: ‘Cosas de niños’ de David Wagner
- Día 15: ‘Una dulce ancianita’ de Belén Rubiano
“El trabajo de los ojos”, de Mercedes Halfon, es una brillante mezcla de autobiografía, ensayo literario y poesía, escrito a raíz de los problemas oculares de su autora. Como editores, nos interesan especialmente esos territorios híbridos y difíciles de clasificar, como las afueras, esos lugares en la periferia, en los que la ciudad pierde su nombre, que diría Candel, y habita lo inesperado.
Os animamos a todos a visitar Las afueras durante estos extraños días que nos han tocado vivir, un territorio libre de confinamiento. Nos encantará acogeros y ofreceros, a través de nuestros libros, compañía y consuelo.
Gracias por esta bienvenida a todos nosotros, lectores confinados. Ese territorio híbrido que dices es el de El trabajo de los ojos, tuvimos oportunidad de transitarlo en un club de lectura junto con la autora. Por ello, para muchos de nosotros será poner en práctica lo que nos dice Eduardo Berti a través de La señora Rapin, sobre la importancia de releer. De la relectura era también gran partidario Borges.
Como librera, los animo a leer este libro, a identificarse, descubrir, cuestionar y sobre todo, disfrutar de la buena literatura.
A pesar que pueda ser obvio pensar que la ceguera potencia la introspección, nunca se me hubiese ocurrido decirlo como “… es una caída hacia adentro de la persona” me ha parecido una imagen hermosa a pesar de la dureza de lo que pueda significar. Tal vez la escritura sea una manera de conectar con el exterior, como el anclaje donde apoyarse para volver de nuevo hacia afuera.
Yo también me he quedado enganchada con esa frase, me ha parecido maravillosa la forma de expresarlo
Recientemente he leído una novela de Andrea Camilleri y al leer este relato de Mercedes Halfon he recordado la ceguera del escritor y una entrevista que dio pocos años antes de morir en la que decía que desde que se había quedado ciego sus sueños estaban rebosantes de colores, que nunca antes había soñado tan bonito, que dentro de él había más luz y belleza. Me gustó mucho lo que expresó.
Esa “mirada caída hacia adentro” que Mercedes Halfon dice que tienen los ciegos, esa introspección, es la que nos falta a muchos que vemos y que tendríamos que cultivar más. Quizás nos iría todo mejor.
El ojo y la mirada han sido temas de muchos libros en estos últimos tiempos. Seis formas de morir en Texas, de Marina Perezagua, Sangre en el ojo de Lina Meruane… recordáis alguno más?
“El cuerpo en que nací”, de Guadalupe Nettel, es una lectura ineludible de la literatura española reciente, y también tiene concomitancias con el libro de Mercedes Halfon.
Del libro de Mercedes Halfon me interesa especialmente la relación entre los aspectos mas anatómicos y fisiológicos del sentido de la vista y aquellos internos que conformaron su identidad, su personalidad.
Me gusta como nos hace navegar de uno a otro con gran porosidad.
Del órgano y sus dificultades a su mirada interior del mundo y como a su vez esta hizo posible la recuperación; en gran parte debida a la fe en el criterio de un profesional, a través de quien veía a pesar de no ser capaz de ” mantener las formas, los contornos y las transparencias en sus ojos”.
Una obra deliciosa.
Hasta en el ver, se es uno y su circunstancia. El ojo determina nuestra visión y ésta, ,a su vez, condiciona nuestra mirada sobre las cosas. El sentido de la vista tiene un papel determinante en la construcción de la realidad , según veamos el mundo elaboraremos una representación mental de él. Y son justo las personas con una deficiencia visual, las que pueden captar cosas que a otros nos pasan desapercibidas. Esa visión “defectuosa” puede llevar a una mirada nueva, diferente, que amplie nuestra interpretación de las cosas y del mundo.
Desde su estrabismo, los bellos ojos de Mercedes Halfon regalan, a través de su escritura, datos y reflexiones para ampliar nuestra mirada.
Me has recordado a uno de los casos clínicos del que habla Oliver Sacks en uno de sus libros (no recuerdo cuál) El del pintor que por una lesión cerebral dejó de percibir los colores. y de qué manera eso se manifestó en su arte. Incluso recuerdo que dejó de comer alimentos coloridos (tomates, zanahorias) y se decantaba por otros como el café, la leche, más próximos a la paleta cromática que percibía. Sí, como dices, hay una nueva mirada.
Numca he leído a este autor pero ahora me pica la curiosidad. “Ver” que dice sobre el tema que nos ocupa. Anotado, gracias.
Yo he recordado el caso de un chef que perdió, en este caso el sentido del gusto y como tuvo que ingeniarselas para seguir cocinando. La capacidad de adaptación a las mermas y dificultades que tenemos en enorme…
Hola amig@s de lectura, leí , en su momento el trabajo de los ojos, y lo acabo de releer ahora. Antes y ahora me ha acercado notablemente a la vida de la autora o sea, a mi modo de ver, estoy delante de una autentica biografía ya que es a través de sus experiencias médicas que me acerco a sus miedos, sus angustias y sus paranoias. Su enfermedad fuė el disparo de salida para escribir este libro.
“Yo era una niña bizca de tres años a quien sus padres cuidaban como a uns perla ovalada.”
“Para el la imposibilidad de ver era algo así como la supresión del entendimiento. O la locura, directamente”
“Sentí esa extraña clase de regocijo que confiere tener una enfermedad extraordinaria.”
“De algún modo esa ceguera debe haberse trasladado al papel.”
“Tengo la impresión de que la ceguera es una caída hacia dentro de la persona”
“Existe una vinculación entre mirar i escribir”
“Como si siempre necesitara una imposibilidad de base para quedarme tranquila.”
“Empecé a entender que el estrabismo es un problema de distancia con el mundo”
“No podemos minimizar la importancia de nuestro cuerpo porque no tenemos otro”
” El recuerdo de la niñez es siempre s contrapelo.”
Estoy agradecida a lo que para mi es el final del libro. Lo que me hace entender que la protagonista ha sabido aprovechar la vida vivida con dificultades.
“Abandono, en cierto modo, mi obsesión por los ojos suyos, mios, de los q me rodean. Una nueva luz baja con los años, hace cambiar la perspectiva, los focos de importancia”.
Es un final que me llena de paz.
Me encantó este libro. Hay tanta belleza en cómo está escrito que enseguida dejas el intento de “entender” de qué se trata y acompañas a la autora en esa suerte de inclasificable prosa-poesía-autobiografía-novela. Pone el foco en algo fundamental de nuestra vida que excede lo puramente físico, pero en lo que no ponemos la suficiente atención, a menos que nos falte. Creo que no reparamos en cuántas situaciones o circunstancias utilizamos palabras relativas a la visión o la mirada. Este tiempo confinados será, sin duda, “una caída hacia adentro” de cada persona. Ojalá que cuando estar frente a la pantalla deje de ser casi imprescindible, nos miremos más.
Como decía Francisco, ese territorio híbrido, entre diferentes géneros, nos interesa mucho en Las afueras. Creemos que mucha de la mejor literatura que se está escribiendo actualmente es difícilmente clasificable y no puede etiquetarse en un género determinado. Pero, al fin y al cabo… ¿porque tenemos que ponerle etiquetas a todo?
“El trabajo de los ojos” promete una lectura deliciosa.
Me gusta la idea de la escritura como “una suerte de prótesis que conecta el interior con el exterior”. Una vez le escuché decir a un artista andaluz que los flamencos cantan con los ojos cerrados para poder mirar hacia adentro.
Volver a leer un fragmento del libro ha sido una nostálgica evocación del encuentro en el Librerío y de la plaza donde lo fui leyendo durante las tardes de Septiembre, acompañada de los juegos de las niñas y niños.