Un cuento al día mientras dure la cuarentena.
Durante la mañana de cada uno de los días que dure la cuarentena, publicaremos en nuestra web Libreriodelaplata.com y con la complicidad de sus autores y/o editores, un cuento.
Editoriales como Alfaguara, Candaya, Contraseña, Edicions del Periscopi Errata Naturae, Impedimenta, Jekyll& Jill, La Navaja Suiza, Las afueras, Libros del Asteroide, Literatura Random House, Males Herbes Minúscula, Nórdica Páginas de Espuma Periférica, Raig Verd, Rata_Books, Salto de Página, Sexto Piso y Tránsito ya forman parte de la propuesta, así que de todas ellas podremos leer relatos.
A quedarse en casa, cuidarnos mucho y leer, tejiendo esta gran red.
‘El terrícola’ de Yuri Herrera (Diez planetas, Periférica, 2019)

Se tardó unos segundos en comprender la importancia de lo que había visto. Y cuando lo hizo ya había desaparecido.
No sabía qué era. Un semblante. No. Un ademán. No: apenas una irregularidad en el paisaje, no podía precisar de qué tipo. Pero sabía que eso que por un segundo se había asomado a su campo visual era algo venido de la Tierra. No había nada en este mundo que se moviera así, con esa velocidad o esa cadencia. ¿Qué era entonces?
Un terrícola. Los marcianos no tomaban caminatas. Andaban lentamente pero con propósito; cuando se detenían era para enterarse de las noticias mirando estudiadamente a su alrededor, parpadeaban con esos párpados translúcidos y hermosos y seguían caminando, siempre a un mismo ritmo.
Un terrícola. Sintió el arrebato violento de su corazón. Cuando estaba en la Tierra, aun cuando la Tierra había comenzado a vaciarse, era frecuente escuchar: «Tenemos a alguien en común». Todos se habían cruzado con todos, sanguíneamente o rencorosamente o superficialmente. Ahora ya no tenía con nadie a nadie en común. Ahora estaba solo.
O ya no.
Se apretó el pecho como si se le fuera a desarmar. Pero no podía dejar todo y ponerse a buscarlo. Tenía que trabajar. Los marcianos lo comenzaban a mirar raro. «Mirar raro» era lo más que podía elaborar sobre las expresiones faciales de los marcianos. Si en la Tierra había rostros que podían contar deseos o batallas perdidas, aquí eran rostros tapiados. Distinguía algunos matices, pero éstos aparecían y desaparecían con tanta sutileza que eran casi imperceptibles para él.
No eran marcianos, por supuesto, y él no estaba en Marte. Quién sabe dónde estaría. Pero de algún modo tenía que llamarlos, porque cuando quiso saber el nombre del planeta o cómo se llamaban a sí mismos no habían entendido la pregunta.
Lo miraban raro: a esa hora ya debía estar trabajando. Todo marciano sabía ¿intuía? la tarea que le tocaba a cada cual. De nada serviría tratar de explicarles que tenía que hacer algo importantísimo, impostergable. Los marcianos jamás tenían prisa.
Era un día ajetreado, había muchos marcianos mudándose, y con ellos se mudaban las cuerdas que llevaban energía a las nuevas casas. En Marte los cables no eran líneas tendidas, los marcianos no cuadriculaban el espacio, ni con cables ni con cuadras ni con surcos (por eso cuando llegó había pensado que no se toparía con ninguna civilización). Una estructura espontánea de cuerdas transportaba la energía a donde hubiera gente. Las cuerdas se complicaban en el suelo a la manera de las raíces, y él tenía que actualizar ese dibujo cada día. Habían encontrado que tenía habilidad para la tarea. Quizás ésa era la manera de decirle cómo se llamaban: así, como nos movemos.
Pero hoy no prestaba atención a cómo se movían los marcianos y sus cuerdas; mantenía la vista alta en espera de volver a ver aquello.
Alrededor de la hora del bochorno advirtió que algo pasaba. Los marcianos habían interrumpido sus trayectos y estaban absortos en las noticias que lentamente asimilaban del entorno. ¿Qué ha pasado?, preguntó. Él recién aprendía a leer el ambiente, así que tuvo que esperar a que un marciano le informara de que un volcán había hecho erupción del otro lado del planeta. Se había enterado mirando las nubes. Otro supo, por la manera en que se proyectaban las sombras, el lugar exacto en el que había sucedido.
Si lo que él había visto era noticia, lo era sólo para él.
Al día siguiente tampoco se enteró de nada. Después de trabajar fue a hablar con un marciano que consideraba lo más cercano a un oficial de gobierno. En Marte no hay oficinas de gobierno. En Marte el Estado es más una serie de sobreentendidos que una serie de libros o de escritorios. Es la regularidad de los rituales, las reglas tácitas, las negociaciones apenas gesticuladas. Este marciano en particular pasaba los días sentado en una roca leyendo el ambiente, enterándose de todo pero sin poner su centro de interés en ningún punto definido.
–Algo sucedió ayer, algo que me concierne –le dijo–. Necesito información.
El marciano lo observó un rato, parpadeó pero no dio señales de tener nada que decir.
–¿Puedes informarme de qué se trata? –insistió.
El marciano señaló unos arbustos:
–El volcán ha dejado de arrojar lava –dijo.
–No hablo del volcán –respondió él–. Hablo de otra cosa.
El marciano cerró los ojos y los apretó muy apenas, como si hiciera no más que un esfuercito.
–Uno que vive no muy lejos de aquí pasó una noche terrible, algo le desarregló el sueño.
–No hablo de alguien que durmió mal, hablo de algo que me concierne directamente a mí, pero no sé qué es –insistió.
Estuvieron en silencio unos segundos. Luego añadió:
–Ya sé que eso también me concierne directamente, pero hablo de otra cosa.
–Entiendo –dijo el marciano. Y dejó de prestarle atención.
Durante varios días intentó averiguar si alguien más había visto aquello, pero los marcianos apenas si le dedicaban una mirada pasajera y volvían a lo suyo. Continuó su rutina de seguir las cuerdas, dibujarlas, entregar los dibujos cada día, pero no dejaba de tratar de localizar eso que no sabía qué era aunque estaba seguro de que ahí estaba. Cada tanto le entraba un miedo o una desesperanza que resistía recordando la claridad de aquello contra el paisaje marciano.
Lo había visto. Lo había entrevisto apenas, sí. Pero no se lo había imaginado.
No había vuelto a ver esa perturbación en el paisaje. Después de unas semanas empezó a conformarse, pero era una conformidad más triste que la que solía sufrir.
Un día se topó con un grupo de niños a los que había visto en otra ocasión, siempre juntitos y siempre callados. Los niños marcianos hablaban poco, y cuando lo hacían, lo hacían con frases completas y elaboradas. Por eso lo asombró que uno de ellos, el más chiquito de todos, estirara el cuello y dijera:
–Llegó un mensaje que camina como tú.
Se le quedó viendo por unos segundos esperando que le dijera algo más, pero todos los niños dieron media vuelta al unísono y se marcharon.
Siguió andando hacia su casa y en el camino empezó a notar que los marcianos se detenían a mirarlo, inclusive algunos esbozaban algo parecido a una sonrisa. De algún modo al fin se había convertido en noticia. El niño había dicho «llegó un mensaje que camina», pero no tenía sentido, tal vez había entendido mal, quizá había dicho «llegó un mensajero». Apresuró el paso, y aunque rasgara el paisaje de Marte con su nerviosismo nadie lo miraba raro. Casi sentía que un marciano le palmearía la espalda, si alguno supiera cómo hacerlo.
Ya no caminaba rumbo a su casa, pero caminaba con decisión. Leía el ambiente y aceleraba o giraba de súbito sin pensar a dónde se dirigía. Comprendió que así es como se orientaban los marcianos, y que sus pasos lo llevaban hacia el terrícola. Por fin, por fin, por fin. Por fin iba a encontrarlo. Iba a abrazarlo. Iba a mirarse en ese otro que debía de parecerse a él. Iban a hablar. Iban a hablar. Iban a hablar y esa otra persona le diría cómo es que llegó ahí, y descubrirían cómo irse de ahí o al menos descubrirían cómo hacer más soportable estar ahí.
Y entonces lo vio.
El otro también lo vio y echó a correr hacia él, brincando de la emoción, y cuando lo hubo alcanzado se alzó de patas, le lamió la cara, restregó su cabeza contra su pecho y agitó la cola de lado a lado.
Y él, en un instante vertiginoso, experimentó una secuencia de emociones que creyó que había dejado en el viejo planeta: estupor, tristeza intensísima, y luego una alegría incontrolable porque, a fin de cuentas, había encontrado al terrícola.
Publicado por gentileza de su autor y de la Editorial Periférica.
Círculo de lectores confinados
- Día 1: ‘La señora Rapin’, de Eduardo Berti
- Día 2: ‘El trabajo de los ojos’, Mercedes Halfon
- Día 3: ‘Bosc’/’Bosque’ de Natàlia Cerezo
- Día 4: ‘Oxitocina’, de Miguel Serrano Larraz
- Día 5: ‘El señor Zorro’ de Angela Carter
- Día 6: ‘Álbum’ de Alberto Chimal
- Día 7: ‘Gótico’ de Ali Smith
- Día 8: ‘Sofía’ de Laura Ferrero
- Día 9: ‘La pared del costado’ de Santiago Navrátil
- Día 10: ‘El terrícola’ de Yuri Herrera
- Día 11: ‘La niña gorda’, de Marie Luise Kaschnitz
- Día 12: ‘Mi verdadero yo’ de Shirley Jackson
- Día 13: ‘Fábula del tiempo’ de Juan Gómez Bárcena
- Día 14: ‘Cosas de niños’ de David Wagner
- Día 15: ‘Una dulce ancianita’ de Belén Rubiano
Gracias, por publicar estos cuentos!
En un mundo que a veces nos es extraño, marciano, nuestros perros siempre nos anclan a nosotros mismos, no dejan que nos perdamos del todo ; )
Si ahora vas por la calle tienes una sensacion semejante a la del protagonista, todo es estraño, irreconicible, soledad. Parecemos marcians detras de las mascarillas.
Me parece un cuento muy interesante , como el resto que conforman el libro que nos propones.
Me gusta como el autor utiliza un cuidado tratamiento del lenguaje para crear los paisaje literarios con los que nos invita a reflexionar sobre lo realmente humano.
El Terrícola me parece especialmente apropiado y oportuno para estos momentos que estamos viviendo.
Absolutamente recomendable !
El conte d’avui ens trasllada a una altre dimensió, és molt especial i bonic.
M’agraden tots els q heu publicat, especialment el Bosc.
Gràcies per aquest regal diari.
Cuideu-vos i Llegiu molt.Fins aviat.
Interesante pensar en la diversidad de los terrícolas.
¡Qué hermoso cuento! Tiene esa melancolía, esa tristeza que se respiraba en las Crónicas marcianas de Ray Bradbury y a la vez hay algo cercano. Coincido con Montse. Hoy después de cinco días me he acercado al súper a comprar, las pocas personas con las que me he cruzado eran como esos marcianos que “apenas si le dedicaban una mirada pasajera y volvían a lo suyo”. Muy raro.
Muchas gracias por historias tan hermosas.
¿Quién no se ha sentido alguna vez fuera de lugar como el protagonista entre “marcianos”? Interesante la visión del que se siente diferente, de quien debe adaptarse a lo que le es ajeno y que busca algo o alguien que le recuerde quien es.
Imposible no terminar su lectura con una sonrisa en los labios.
A veces vas de viaje a un país lejano y la casualidad te hace coincidir con una persona conocida, un rostro que identificas. En tu ciudad habitual no le saludarias pero allí, lejos de casa se convierte en tu cómplice, en alguien cómo tu, dos conocidos entre una multitud de extraños. Este cuento me ha revelado esta sensación. La necesidad de reconocernos, de encontrar coincidencias; sentirnos menos solos.
A veces vas de viaje a un país lejano y la casualidad te hace coincidir con una persona conocida, un rostro que identificas. En tu ciudad habitual no le saludarias pero allí, lejos de casa se convierte en tu cómplice, en alguien cómo tu, dos conocidos entre una multitud de extraños. Este cuento me ha revelado esta sensación. La necesidad de reconocernos, de encontrar coincidencias; sentirnos menos solos.
Cuando recién llegué a Barcelona, encontraba por la calle rostros que creía eran de Uruguay, si bien eso no era posible.
Creo que como dices, Carmen, reconocer y reconocerse nos hace sobrevivir.
Gracias por tus comentarios, que echan nuevas luces sobre las historias. (Creo que el cuento que subimos hoy, también te gustará)
Manel
He rellegit per 6 vegades el conte “Diez planetas”.
Em ves agradat poder haver comentat el conte,en una de les vostres reunions , Hagués estat molt interessant per qué ,pot ser , haguéssim fet algun comentari “divertit” (que no vol dir rés mes que això).
Tots els vostres comentaris han estat molt bé.
Moltes gràcies, Manel!
Gracias a una amiga, acabo de entrar en este club estupendo. Me encantó el cuento. Recién operada de un ca de mama siento extraño mi brazo izdo. Qué suerte tener tan cerca el derecho! Este sentimiento de cercanía que. en estos días se agiganta. ¡Ojalá no nos olvidemos cuando pase! Gracias.
Hola Teresa, soy Cecilia, la librera, gracias por tu mensaje.Cada día, al abrir el blog y leer los comentarios, me emociono.
Somos vulnerables, sí, pero también somos resilientes y ojalá que no seamos desmemoriados.Para que estas redes de lectores y de libros, más allá de estos días, puedan convertirse en una práctica que nos haga estar un poco menos solos.un abrazo y recupérate pronto.
Hermoso y muy apropiado este cuento ahora… un elogio a la observacion, a la intuicion, a la lucidez, para captar señales, x pequeñas que sean, que nos muestren que es posible encontrar al otro y asi salir de la angustia y de la soledad…
Gracias Cecilia, x esta iniciativa, Marjanne
Somos raros, eso mo hay quien nos lo niegue, pero somos muchos, una inmensidad, somos humanos, y con nosotros tenemos otros tantos … no podemos dejar de ser quienes somos y ojalá tú tampoco dejes nunca de serlo.
Hola,
Soy docente en Francia y estoy preparando una clase sobre este cuento.
Propongo a mis alumnos algunas actividades de escritura inspiradas de él y me gustaría mucho que otros lectores de este relato se prestasen al juego escogiendo alguna de estas actividades y realizándola. Si os animáis, compartimos después…
Le escribo a Yuri Herrera, igualmente, para someterle la propuesta e invitarlo a que se una a la fiesta como invitado de honor.
Mi clase, con las propuestas de escritura, está aquí: http://sebastiannowenstein.org/2020/06/14/corona-xii-el-terricola-carta-a-yuri-herrera/
La carta a Yuri Herrera está aquí: http://sebastiannowenstein.org/2020/06/14/el-terricola-carta-a-yuri-herrera/
Hola Sebastián, compartiré tu invitación y estoy segura que será de interés para los lectores. También se lo enviaré a Eduardo Ruiz Sosa, escritor también mexicano, y a Paca Flores, la editora de Periférica.
Un abrazo desde Sabadell.
Pues magnífico!
Muchas gracias.
Un saludo muy cordial.
Sebastián (sebastian.nowenstein@gmail.com)